Nada tiene un significado fijo, y los Arcanos del Tarot, cartoncitos pintados usados aleatoriamente, menos que nada. Existen mucho mejor como disolventes que como constructores.
Los arcanos del Tarot transportan y transmutan el significado a lo largo de sus relaciones en una lectura. Una lectura se parece a una jugada de fútbol surrealista donde el balón, en cada pase, se convierte en algo inesperado; en lo contrario, como en un listín telefónico; o en algo complementario como en un zapato; o en algo incomprensible y abstracto, como en la certeza de estar siendo uno mismo jugado por fuerzas incomprensibles a patadas. Y frecuentemente en todas esas cosas a la vez y en todas las demás cosas, posibles e imposibles, al mismo tiempo.
Los arcanos, me parece a mí y así los uso ahora, están para des-significar. Para cultivar la duda. La duda no cartesiana, no metódica; la duda poética, protéica, caótica, esdrújula a más no poder. La duda escéptica, que es como conducir una bici por primera vez sin ruedines, apoyado en el misterioso y cómodo equilibrio que se desprende, imposible, en cada pedalada.
Y la designificación requiere de firmes entrenamiento y compromiso. Requiere horas e inteligencia y más de dudar que de saber. Hay que estudiar para saber, pero hay que estudiar más para dudar evitando que las certezas sean el final de la inteligencia. Y hay que tener mucha motivación para el escepticismo, porque es un estado que no se da en la naturaleza. La duda sana no tiene nada de natural, sólo existe y se sostiene con energía y determinación en la mente humana. La naturaleza no duda ni se equivoca; esos son los regalos de la inteligencia perseverante.
Con todo el respeto a las personas que padecen alguna enfermedad mental, hay que estar loco para leer el tarot. Pero no el extravío que requiere ayuda profesional y competente, ni el adolescente de decirse loco porque el mundo no es como uno quiere. Jugar a leer el Tarot es un tranquilo paseo en bicicleta sin saber y sin bicicleta, pero con un balón que vuela con la torpeza deshojada de un listín telefónico, desprendiendo nombres que no significan nada. Y cuando no significa nada, le das una patada. Y la patada te duele a ti.
Y descubres que no sólo eres el dueño de un culo dolorido, sino también de una bota de futbolista con la puntera humeante.
Y miras las cartas sobre al mesa.
Y entiendes, sin entender.